Éticas de crisis: un libro necesario

Ilustración: Clarividencia, de Jesús R. Jáuregui
ISBN 978-0-9852790-0-4
Josu Landa, filósofo, poeta y profesor de la Universidad Autónoma de México, da aquí un paso adelante en el concierto público para proponer -en este libro escrito en Ciudad Juárez, el sitio más violento del planeta- una mirada creativa y rigurosa hacia las éticas griegas antiguas en busca de bases para una forma de existencia que dé respuesta a este dramático tiempo de crisis originada en Estados Unidos y Europa, que repercute en el mundo entero. El libro, editado por Paso de Barca en soporte digital, ya está disponible para los lectores en las librerías Amazon, Barnes and Noble y Apple Store. El debate está abierto.

Paso de Barca: El libro fue escrito en Ciudad Juárez, ¿por qué? Háblanos de esa decisión.

Josu Landa: Sí: Éticas de crisis fue escrito íntegramente en Ciudad Juárez, a excepción del primer capítulo. Decidí dedicar al menos una buena parte de mi año sabático, en 2011, a impartir un seminario de posgrado en la Universidad Autónoma de Ciudad Juárez. Lo titulamos "Éticas de crisis y de frontera: cinismo, epicureísmo, estoicismo y pirronismo". Mi compromiso inicial era por el primer semestre de 2011. Después se vería si había condiciones para continuar. Me impuse la disciplina de presentar un texto por cada sesión, para facilitar la dinámica del seminario. Al final, se juntaron unas 350 cuartillas. Conforme con ese esquema, tuve que redactar el primer capítulo antes de empezar el seminario y lo hice en Ciudad de México. Todo lo demás lo compuse en Ciudad Juárez, sistematizando una labor de varios lustros como profesor de filosofías helenísticas en la Universidad Nacional Autónoma de México. El libro es pues el fruto culminante de un largo proceso.

Paso de Barca: Ciudad Juárez se ha convertido en un símbolo de estos tiempos. ¿Qué nos está diciendo? ¿Qué anuncia?

Josu Landa: Confieso que me tardé mucho en darme cuenta, pero Ciudad Juárez tiene un detalle que a lo mejor actuó como imán inconsciente en mi decisión de acudir allí a ejercer la filosofía. Si mi ignorancia no me juega una trastada más de las que acostumbra, tengo la idea de que es el único lugar, en este hemisferio, donde existe una estatua pública de Diógenes del Perro. Se la puede ver en la Av. Tecnológico —que es la prolongación del céntrico paseo Triunfo de la República, en la ruta hacia el aeropuerto. Tal vez, quienes la mandaron hacer y la colocaron en ese lugar del oriente de la ciudad eran unos visionarios; acaso tuvieron la premonición de que vendrían tiempos en que se requeriría el temple del gran cínico, para poder darle un sentido a la vida, en las circunstancias más sombrías y desesperantes. A veces me da por pensar que fue el viejo filósofo de Sínope, con todo y su irónica linterna, quien me atrajo secretamente a ejercer la filosofía en ese lugar, donde por ejemplo, comenzó la Revolución Mexicana.